Según sus autores, este libro “quiere ser una introducción seria y de amplio alcance a los seis pensadores que más han determinado las visiones científicas de nuestra cultura actual”. Y el objetivo perseguido se ha logrado con acierto. Porque, con un nivel de introducción, se presenta lo fundamental del pensamiento de los seis científicos que analiza; porque el lenguaje utilizado, la manera de presentar a cada uno de ellos y la ausencia de aparato crítico a pie de texto (las notas se remiten a las páginas finales), permiten el acceso a un amplio número de lectores no especializados a lo fundamental de cada uno de los autores; y porque pocos podrán dudar de que la selección realizada, aun siendo conscientes, tanto Karl Giberson como Mariano Artigas de que podría ser más amplia, constituye una representación de las más influyentes teorías científicas y culturales de nuestro tiempo.
Y ¿quiénes son estos científicos? Nada menos que Carl Sagan, Richard Dawkins, Stephen Hawking, Stephen Jay Gould, Steven Weinberg y Edward O. Wilson. Como hicieran los oráculos tradicionales de la Grecia clásica, adquieren ellos tal categoría, porque nos hablan de lo que necesitamos conocer: si estamos solos en el universo, de dónde venimos, si tuvo comienzo el universo, si tiene sentido nuestra existencia, si somos productos del azar, dónde encontramos respuestas a preguntas profundas e importantes. Y la adquieren, la categoría de oráculos, porque, dada la amplitud y especialización de la ciencia moderna, no podemos encontrar respuestas por nosotros mismos y necesitamos guías, oráculos, que nos muestren el camino.
En nuestra civilización se dan dos especialidades: la de la ciencia y la de los humanistas, cada una dentro de su ámbito. Los científicos investigan y los escritores nos narran historias. Nos hacía falta lo que C.P. Snow denomina una tercera cultura, es decir, científicos literatos, que fuesen capaces de poner al alcance de un amplio círculo de lectores los hallazgos fruto de sus trabajos. Y, evidentemente, los seis autores seleccionados cumplen perfectamente este cometido. Sus obras gozan de una gran difusión y ven continuas reediciones en variados idiomas. Están llevando la ciencia al público lector, de una forma comprometida. Y es aquí precisamente donde Artigas y Giberson encuentran la posibilidad de que sus descripciones, las de estos científicos, de la ciencia puedan ser tergiversadas o distorsionadas y malinterpretadas.
Y detallan que, de sus escritos populares, considerados en su totalidad como una descripción representativa de la ciencia y de la comunidad científica, se pueden deducir las siguientes sugerencias:
a) “La ciencia se ocupa principalmente de los orígenes y muchos científicos están trabajando en diferentes aspectos de la evolución cósmica o biológica”. De una u otra manera, los seis científicos analizados vienen a concluir en el tema de los orígenes y la religión.
b) “Los científicos son agnósticos o ateos”. Es otra conclusión a la que se puede llegar leyendo a estos autores estudiados. Al respecto, Artigas y Giberson advierten: “Hemos seleccionado a los seis científicos presentados en este libro solo sobre la base de su categoría como vanguardia de los portavoces de la ciencia en inglés. Sus perspectivas filosóficas y teológicas no entran en juego. Sin embargo, vemos que ninguno de ellos cree en Dios en ningún sentido convencional”.
c) Y la tercera conclusión a la que podría llegarse es la de que “la ciencia es incompatible e incluso hostil con la religión”. Y sorprende a los autores del libro la notable hostilidad hacia la religión que caracteriza muchos de los escritos analizados.
Pues bien: Artigas yGiberson afirman rotundamente que “ninguna de estas caracterizaciones es verdadera. La ciencia no es hostil a la religión, los científicos no son firmemente ateos y los orígenes no son el foco primario de la investigación científica”. Unas afirmaciones que argumentan debidamente.
El problema estriba en que suele ocurrir con los científicos estudiados que sus manifestaciones filosóficas y teológicas vienen encubiertas con una retórica científica, presentadas en páginas categóricas de libros altamente eruditos que dan a conocer magistralmente la ciencia a un público amplio. No siempre advierten al lector de que, ocasionalmente, se mueven más allá de la ciencia y en terrenos en los que no tienen competencia; presentan sus opiniones personales con el mismo estilo que utilizan para divulgar (muy bien, por cierto) los conocimientos de la ciencia.
Tras una larga, a la par que necesaria, introducción, se accede ya al estudio de cada uno de los científicos seleccionados. A cada uno se le dedica un capítulo extenso, que consta de dos partes; en la primera, se hace un recorrido biográfico; en la segunda, se estudia el mensaje que cada uno de ellos ha ofrecido, al más amplio ámbito de la cultura, sobre el lugar de la humanidad en el esquema de las cosas. En este sentido, un nutrido repertorio de textos de cada autor acompaña a las explicaciones, complementado con declaraciones suyas en entrevistas o presentaciones públicas. Es prácticamente imposible resumir en esta breve reseña el estudio de cada uno de estos científicos; ya la exposición que hacen Artigas y Giberson encierra un notable esfuerzo de síntesis.
Los autores han intentado actuar con la mayor objetividad, evitando innecesarias polémicas y mostrando, en todo momento, su admiración por las aportaciones a la ciencia que han realizado los científicos estudiados, así como el mayor respeto y confianza hacia la ciencia, de la que ellos también son parte.
Eso sí: advierten de que, aunque el libro esté dentro del amplio espectro de “ciencia-y-religión”, sin embargo, no lo han elaborado estrictamente como tal. También, de que, dadas sus características, el libro puede ser leído sin seguir el orden correlativo de cada capítulo, pues cada uno de ellos es totalmente independiente de los otros.
Cabe preguntarse aún por los criterios utilizados para hacer la selección de científicos. Cuatro son los que apuntan los autores: 1) Tenían que ser científicos profesionales con una sólida contribución a la ciencia. 2) Igualmente, tenían que ser autores muy vendidos y que sus libros hayan formado opiniones de un público amplio. 3) Sus obras tenían que abordar las grandes implicaciones culturales, filosóficas y humanistas de la ciencia. 4) Y, finalmente, ser autores contemporáneos para poder haber formado las opiniones de esta generación; alguno de ellos ya ha fallecido, pero la vitalidad de sus obras es evidente.
Tras los capítulos dedicados a cada científico, los autores finalizan el libro con unas conclusiones, bajo el título de “Ciencia y más allá”. Unas conclusiones que, en modo alguno, resumen o sintetizan la obra. De una parte, compendian de alguna manera los puntos relevantes que ha abordado cada uno de los científicos y de los presupuestos de los que partieron. Y comentan: “Nuestros seis oráculos no son pues un cuerpo uniforme de pensadores, que rechacen todos la religión en nombre de la ciencia. Ninguno de ellos, sin embargo, es religioso en el sentido habitual del término, o en ningún sentido. Sus escritos producen la impresión de que la ciencia suplanta a la religión e, incluso, la explica. Pero esto requiere más explicación”. Y la dan, en un breve apartado titulado “¿Teología sin ciencia?” Parten de la pregunta de si estos oráculos están justificados a la hora de presentar sus puntos de vista como si estuvieran derivados de la ciencia. Lógicamente, la respuesta es negativa, aunque puede resultar demasiado simple, por lo que argumentan su postura, de manera breve pero detallada con aproximación a cada uno de estos científicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario