El Arte Románico es un estilo constructivo y artístico nacido en el feudalismo temprano; pero además, manifestación de la potente espiritualidad de una sociedad que proyectó en los capiteles, los frescos y las portadas de sus templos sus anhelos, esperanzas y creencias. Dragones, gorgonas, grifos y quimeras pueblan el bestiario medieval; son el perfecto testimonio de la extraordinaria libertad de expresión alcanzada por aquellos artesanos de la piedra, aquellos masones operativos que hicieron de la tolerancia y el cosmopolitismo su seña de identidad por antonomasia. Aquellos antiguos masones eran hombres libres en un mar de siervos. Libres para ejecutar sus obras con un grado de autonomía expresiva que no tiene mucho que envidiar al presente. De hecho, mientras que la simbología gótica es plenamente cristiana, el Arte Románico introduce significados paganos.
Tal es así, que la nota más significativa de los cientos de templos románicos repartidos por la Península Ibérica, por ejemplo, reside en la práctica ausencia de uniformidad en sus elementos. El Arte Románico peninsular no está sometido a un esquema rígido; cada templo posee una idiosincrasia, un perfil singular que lo hace único y diferente. Oriente y Occidente se funden en el Arte Románico (el mudéjar como ejemplo perfecto) dando pie a un riquísimo repertorio de motivos mestizos.
Este abundante y variado patrimonio simbólico responde a la imagen del mundo que poseían sus hacedores (las cofradías de constructores) y sus destinatarios (el pueblo creyente). Una imagen que refleja en última instancia las condiciones materiales de vida de una sociedad mayoritariamente campesina, cuyas costumbres se pierden en la noche de los tiempos y explican hasta qué punto tuvo que resultarle difícil a la Iglesia Católica someter hábitos y tradiciones que hacían de los ritos de fertilidad el eje vertebrador de la existencia humana. La aparición de diseños descaradamente sexuales en distintos soportes arquitectónicos tenía mucho que ver con el vínculo sagrado del campesino con su terruño. Para este campesino que dependía íntegramente de la generosidad de la naturaleza, la fertilidad de la tierra y del hombre eran todo uno en el Cosmos. El cura de aldea, tan zallo e inculto que la abrumadora mayoría no sabían ni leer ni escribir, no podía oponerse (si es que tal cosa se le pasaba por la cabeza) a un modo de vida en el que la promiscuidad erótica era más que evidente, y estaba justificada por la necesidad de agradar a la madre naturaleza imitando los cortejos de amor del reino animal. De hecho, la moralidad de los clérigos dejaba mucho que desear, y mantener una «barragana» que se preocupaba de algo más que de sus necesidades espirituales, no era motivo de escándalo. Uno de aquellos curas libertinos, el Arcipreste de Hita, supo reflejar con total sinceridad el estado de la cuestión: "Como dice Aristóteles, cosa es verdadera, el mundo por dos cosas trabaja: la primera por haber mantenencia; la otra cosa era por haber juntamiento con hembra placentera".
Arte de la vida y para la vida, el Arte Románico hacía constante referencia no sólo a lo específicamente religioso sino, muy en especial, a los actos cotidianos de la gente común. Las situaciones a las que aluden las esculturas románicas son de índole realista, reflejando, particularmente, el trabajo en todas sus formas. Si observamos con atención, descubriremos a un hombre que carga un fardo de leña; a otro que empuña la hoz; una escena de caza en la que un jabalí es acosado por una jauría de perros. Veremos a una mujer que agarra con sus manos una hogaza de pan; a un músico que alegra a los paisanos con sus notas. Todo ello conjugado con la presencia sagrada de los doce apóstoles quienes, vestidos con clámides y togas como si fueran personajes de la antigüedad, rodean la figura impresionante del Pantocrátor.
Y al lado de estos motivos inocentes, otros que no lo son tanto. Por muy acelerada y superficial que sea nuestra investigación, tarde o temprano toparemos con algún tema directa o indirectamente sexual. Los canecillos, pórticos y capiteles son el sustrato habitual de esta iconografía erótica. Así, en la Colegiata de Santillana del Mar, el capitel de una de las columnas del ábside lateral muestra a un hombre armado de un falo enorme acariciado por una mujer. La Iglesia de Santa María de la Peña de Sepúlveda (Segovia) ofrece en sus canecillos exteriores un llamativo repertorio de escenas sexuales y jocosas: una pareja haciendo el amor, un hombre de pene desproporcionado, o una figura humana, que en cuclillas y agarrando un tonel, enseña al curioso su trasero desnudo.
En el límite entre las provincias de Palencia y Santander se encuentra la colegiata de San Pedro de Cervatos (y a la que yo llamaría la capilla sixtina del románico erótico). Construida en el primer tercio del siglo XII a instancias del obispado burgalés, fue habitada por monjes montañeses bajo la regla de San Fructuoso. Sus canecillos son todo un alarde de contorsiones eróticas, de satisfacciones sexuales individuales o compartidas que nada tienen que envidiar a cualquier tratado amatorio oriental.
Otro tanto ocurre en la iglesia de San Juan Bautista de Villanueva de la Nía, donde vemos en los canecillos del ábside motivos sexuales tales como una mujer que enseña sus glúteos, mientras practica el sexo oral con su pareja; un varón onanista, o una hembra de parto. La iglesia románica de San Vicente de la Barquera posee un capitel en el ángulo derecho de la portada oeste, en el que un clérigo exhibicionista muestra su sexo levantando impúdicamente los hábitos.
El volumen de imaginería románica explícita o implícitamente erótica es muy considerable. Y lo sería aún más, de no haber desaparecido en gran parte a causa de las sucesivas desamortizaciones del XIX, cuando no como consecuencia del puritanismo extemporáneo de algunas mentes obtusas con sotana, bastante más reaccionarios en materia sexual que sus antepasados medievales. Lo cierto es que el descubrimiento del Arte Románico erótico, o del Arte Románico a secas, nos brinda la oportunidad de contemplar la Edad Media desde un punto de vista que muy poco tiene que ver con esa imagen del período, estereotipada, simplista, y oscura, que aparece aún en los libros de texto de nuestros estudiantes.
- Fuente: http://www.logiacondearanda.org (Revista La Acacia # 15)
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