Los escritos surgidos en los primeros siglos del Cristianismo, aceptados como auténticos por la Iglesia Católica y contenidos en el Cánon del Nuevo Testamento son los llamados Evangelios Canónicos de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Sus autores tienen en realidad una identidad anónima, ya que los nombres utilizados son meramente simbólicos.
El más antiguo de los Evangelios Canónicos es el de Marcos que fue compuesto hacia el año 71 d. de C., después de la destrucción de Jerusalén por las tropas romanas de Vespasiano y su hijo Tito. Los textos de Mateo y Lucas son posteriores (en torno a los años 80-90 d. de C) porque utilizan como una de sus fuentes al Evangelio de Marcos; aunque existe otro referente por parte de Mateo y Lucas que es la denominada “Fuente Q”, que no es otra cosa que un escrito perdido, compuesto en griego y fechado en torno a los años 40-50 d. de C., y que se ha podido reconstruir sobre la base de los pasajes de estos dos evangelios. Su presencia histórica no está absolutamente probada puesto que no queda ninguna copia de él, pero cerca del 95% de los investigadores reconoce su existencia. Probablemente contenía sentencias o dichos de Jesús, sin narraciones de milagros ni el relato de la pasión y la resurrección. El Evangelio de Juan fue compuesto hacia el año 100 d. de C., y representa un estadio muy avanzado de la reflexión teológica sobre lo que significó la vida, figura y misión de Jesús. Este cuarto evangelio contiene algunas tradiciones muy antiguas y fiables históricamente, como la duración del ministerio de Jesús y sobre cómo aconteció la semana final del Mesías.
EVANGELIOS APÓCRIFOS
En general, el término «apócrifo» deriva del verbo griego «apokrypto» que significa esconder o poner aparte. Con él se califica una cantidad de libros que las Iglesias cristianas de los primeros siglos no reconocieron como parte de la Sagrada Escritura, pero que se presentan con nombres o características que los hacen aparecer como si fueran libros canónicos.
Los Evangelios Apócrifos son cerca de sesenta y se escribieron en diversas épocas, desde mediados del siglo II hasta el siglo VII. Fueron compuestos por distintos autores durante este periodo para colmar la escasez de noticias sobre Jesús en los Evangelios Canónicos, y en general tienen un carácter legendario al estar llenos de inverosimilitudes y descripciones fantasiosas. Se dividen en dos grandes grupos: los textos gnósticos y los de carácter más o menos ortodoxo. Entre los primeros destacan el Evangelio de los Egipcios, el de Maria Magdalena y los de Felipe y Tomás. Salvo el Evangelio de Tomás que puede contener algunos dichos auténticos de Jesús los otros escritos no contienen datos fiables sobre el Nazareno. El segundo grupo contiene algunos textos como el Evangelio de Pedro, que puede contener algún dato (aunque mínimo) sobre el Jesús histórico.
En general, los Evangelios Apócrifos están acordes con la doctrina de la Iglesia Católica y presentan relatos sobre el nacimiento de la Virgen de San Joaquín y Santa Ana (Natividad de María), de cómo una partera comprobó la virginidad de María (Protoevangelio de Santiago), de los milagros que hacía Jesús de niño (Evangelio del Pseudo Tomás), etc. Muy distintos son los apócrifos procedentes de Nag Hammadi (Egipto) que tienen un carácter herético gnóstico y que serán objeto de una entrada posterior en nuestro blog. Estos tienen la forma de dichos secretos de Jesús (Evangelio Copto de Tomás) o de revelaciones del Señor resucitado explicando los orígenes del mundo material (Evangelio Apócrifo de Juan), o la ascensión del alma (Evangelio de María Magdalena), o constituyen un conjunto de pensamientos recogidos de posibles homilías o catequesis (Evangelio de Felipe).
Uno de los textos apócrifos más antiguos es el llamado “Protoevangelio de Santigo” que narra la permanencia de la Santísima Virgen en el templo desde que tenía tres años y cómo fue designado San José que era viudo para cuidar de ella cuando ésta cumplió los doce años. Los sacerdotes del Templo reunieron a todos los viudos y un prodigio en la vara de José consistente en que de ella surgió una paloma hizo que el fuera el designado.
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