En el siglo XV se produjo en Europa la confluencia de las luchas por una reforma religiosa y las ansias de los estados por definir su identidad, eventos que pronto entraron en conflicto con los poderes establecidos, que veían en la disidencia religiosa o política un peligroso enemigo al que tendrían que exterminar a cualquier costo. Así, a finales de la Edad Media, surgiría una serie de doctrinas, como la de los cátaros, que provocaron auténticas cruzadas contra los sospechosos de herejía en el sur de Francia. En este contexto nace la Inquisición, como garante de la ortodoxia católica, capaz de condenar a la hoguera a los discrepantes. Esta situación fue institucionalizada por las monarquías europeas, dada la sólida unión existente entre Iglesia y poder político. A partir de entonces, el Sumo Pontífice colocó al frente de la recién creada institución a una nueva orden mendicante que destacaba por su celo y su preparación intelectual: los Dominicos, fundados por el español Domingo de Guzmán. De esa manera, el Santo Oficio de la Iglesia Católica se convirtió en juez y verdugo, sembrando el terror entre la población. Esta atmósfera, dominada por la sospecha y la delación se prolongó hasta el siglo XIX, perpetrando de este modo la cara mas siniestra del fanatismo religioso al servicio del poder instituido. Judíos, moriscos, luteranos, humanistas y brujas, entre otros, se convirtieron en sus principales víctimas, perseguidos por no ajustarse al modelo de creencias y conductas establecido. Un modelo inflexible que garantizaba, a su vez, la conservación de los privilegios para los mas poderosos.
Pero la Inquisición, aunque tuvo mayor eco en la Europa Occidental, no fue privativa de esta ni de los países católicos. Los líderes del protestantismo como Lutero, Calvino, Knox y otros, apoyados por sus autoridades políticas, impulsaron la persecución de católicos, judíos y miembros de otras iglesias reformadas que ellos consideraban heréticas. La misma Europa que se abría al mundo con los descubrimientos geográficos seguía dominada por una intransigencia que condenaba, bajo la sombra del hereje, cualquier atisbo de duda o actitud disidente. Cientos de miles de ejecutados en todo el continente fueron el balance de un momento histórico en el que la razón y la libertad eran terrenos que escapaban al imaginario colectivo. De cualquier modo, lo que hoy entendemos por tolerancia es un concepto que se fundamenta en la idea contemporánea de libertades democráticas, algo imposible de concebir para aquellos años de oscurantismo.
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