Según la tradición, el Ajedrez es un juego de origen hindú. No obstante, la tradición Hermética, lo ubica a través de Platón y Sócrates, como de origen egipcio, inventado por Thot, el dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros, los hechizos mágicos y símbolo de la Luna en la mitología egipcia. Es una cosmogonía donde dos jugadores se enfrentan con ejércitos que son mas interiores que exteriores, pues su conformación es de castas, según el oficio de cada cual y representan algún aspecto humano que usamos para bien o para mal.
Comenzando por el tablero, que es un cuadrado, podría decirse que representa lo humano, lo manifestado, lo terrenal; y no por casualidad, pues cada lado representa uno de los elementos; sin olvidar que para las tradiciones, el cuadrado tiene connotaciones mágicas. El terreno de juego o tablero tiene ocho columnas de base o por lado, formando así 64 casillas que corresponden al cuadrado mágico de Mercurio-Hermes, por tanto de intermediación entre dioses y hombres. No extraña que 64 sea concordante con las tradiciones chinas a través de los hexagramas que también son 64 y configuran el texto del I Ching o de las transmutaciones y son 8 los trigramas iniciales. También es posible observar la ciclisidad dado que 64 es submúltiplo de 25.920 que es el periodo de precesión de la tierra y que además es considerado por los hindúes como el ciclo completo del aliento de Brahma (inspiración y exhalación divina) o Manvantara y más modernamente un ciclo equinoccial completo según han podido calcular los astrónomos.
El carácter cíclico del tablero, también se observa al notar que 64 es 6+4=10, que se asocia con la vuelta al origen y con la carta número 10 del Tarot que es la Rueda de la Fortuna, equivalente a la Rueda del Sansara para los budistas. Este arcano anuncia un nuevo ciclo. En él se observan dos animales, uno que asciende y otro que desciende, tal como los ejércitos en conflicto del Ajedrez. En la parte superior de la rueda hay otro ser, que está por encima y que representa al iniciado, que trasciende el ciclo y se convierte en un observador de los acontecimientos (tal como sucede con la postura de los propios jugadores en sí). 64 casillas, 32 blancas y 32 negras y además 32 figuras en conflicto; la relación con la Cábala judía se hace evidente. En el Sefer Yetsira se señala: "Con 32 senderos míticos de sabiduría grabó Dios, el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel". Las 32 veces que aparece el nombre de Dios en el primer capítulo de la Torah, las 22 letras del alefato y las 10 sefirot que configuran toda la sabiduría. Caminos estos que debe recorrer y abrir cada individuo en su peregrinar hacia la libertad.
En el Ajedrez aprendemos que luz y tinieblas, día y noche, bien y mal se oponen, pero se complementan, porque uno no existe sin el otro. René Güenon señala como el blanco simboliza lo manifestado y el negro lo no manifestado. El blanco, que realmente es incoloro, es la fuente original de toda la gama cromática, dado que los colores no son más que una refracción de ese haz de luz blanca, mientras que la total ausencia de luz, viene a ser el negro; así, el blanco se refiere a la tierra, lo manifestado y el negro al cielo o lo no manifestado.
En el ajedrez las piezas se distribuyen en castas, en concordancia con la jerarquización tradicional de los pueblos, quedando la quinta raza como el jugador mismo. El Rey representa el estado sacerdotal o brahmánico, el corazón de cada ejército, al que hay que proteger, la esencia del juego, sin él no habría sentido en la batalla. En su cabeza lleva una corona, que reproduce con la forma circular, el cielo al que simboliza, y que confirma la autoridad para gobernar en orden, sobre todo lo demás. La raíz simbólica de corona es "k-r-n", proviene de Cronos, cráneo, cuernos, y de la palabra griega Karn, que es la cúspide de la montaña sagrada Hiperbórea. Keter, la unidad, la sefirah más elevada del árbol de la vida es la corona que porta el Adán Kadmon, o el hombre primordial, de la tradición judía.
El rey está ubicado inicialmente en la línea central del tablero, en un cuadro opuesto a su propio color, conjugando así los opuestos y con movilidad de una casilla en todo su alrededor, lo que deja vislumbrar un movimiento circular sobre sí mismo, así el Rey se configura en el centro sobre el que gira el compas, símbolo de la inteligencia divina. Observemos aquí que este movimiento del Rey lo ubica en el centro de un cuadrado de 3x3 o cuadrado de Saturno, de movimiento lento pero inteligente. Este cuadrado de 3x3 genera uno de 9 casillas y 9 es el numero de la carta del Ermitaño, entre los arcanos del Tarot, que representa un sabio anciano, un maestro interior, que también se asocia a Cronos, el tiempo que devora a sus hijos; así es como son cualidades del Rey, la paciencia, la experiencia, la soledad, la sabiduría (¿Quién puede negarlo?).
La Dama o elemento femenino del Ajedrez, llamada también Reina, es el propio Rey desdoblado en mujer, La energía concentrada del Rey, la Reina la transforma, aglutinando toda la fuerza expansiva de la creación, como una fuente de agua pura, desbordante e imperecedera, como Júpiter, progenitor de todos los dioses, amante de la vida y misericordioso señor del mundo. Por ello los movimientos de la Dama son hacia cualquiera de las 8 direcciones que le rodean, su único límite es la existencia misma, marcada por el tablero.
El juego consiste entonces en la creación, sostén y disolución del universo. El Rey simboliza el poder espiritual y la Dama o Reina, en cambio, el poder temporal. La función del poder temporal siempre será la protección del poder espiritual. Por ello vemos que la corona del Rey tradicionalmente se representa con una cruz en la parte superior, señalando el poder espiritual, en cambio la Dama, aunque coronada también, carece del símbolo, señalando el poder temporal, asociado al Rey guerrero.
En la misma fila donde se colocan el Rey y la Reina, existen tres parejas de figuras que poseen un interesante simbolismo, ocupando cada miembro de la pareja un cuadro de color distinto, uno blanco y otro negro y rodeando a la pareja real. La primera pareja que se coloca a los lados de la pareja real la forman los Alfiles, que en algunos lugares se identifican como Delfines, que quiere decir Príncipes, motivo por el que se ubica como la más cercana a la pareja real. Otra representación de los Alfiles es la de elefantes que portan torres en sus lomos con un arquero sobre estas. La palabra Alfil, parece derivar de "Hasti" del sanscrito, a "Pil" en persa y a "Fil" del árabe, que significa elefante, a lo que si le anteponemos el articulo "al" del árabe, obtenemos la palabra "Alfil" o del elefante.
Por otro lado, los amonios denominaban a un oráculo "Alpha" o "Alphi" (la voz de Dios). En Egipto los principales oráculos eran los toros sagrados o "Apis" y "Mnevis", por lo que era común denominar "Alpha" o "Alphi" a los toros sagrados de Memphis y Heliopolis. Plutarco, comentando la letra "Alpha" explica que los fenicios llamaban al buey "Alpha", así tenemos que su significado era por igual el de un oráculo o el de un animal oracular. Así, el "Aleph" de los judíos representa la cabeza de un buey, y es la primera letra del Alefato, muy similar a la "Alif" del alfabeto islámico. Estas acepciones, "Alpha" o "Alph", aplicadas a los toros Apis y Mnevis, palabras originalmente egipcias, las tomaron los fenicios para adaptarlas principalmente a los bueyes "Alpha" y después a los elefantes "Elaph", verdadera raíz de nuestro actual Alfil. Mas modernamente, ya en Europa, la figura del Alfil, se asemeja a la del obispo, que con su báculo representan la unión del cielo y la tierra, así entonces se relaciona con Marte que limita la energía expansiva de Júpiter (la Reina). Por tanto, aunque se mueven en todo el tablero, como lo hace la Reina, solo lo hacen diagonalmente, en representación de ello.
En muchas tradiciones al caballo se le relaciona con el mar, es así como Poseidón es también, el dios de los caballos. El paso de las aguas en la simbología de los caballos es crucial. En los ritos iniciáticos griegos e hindúes, el sacrificio del caballo es común y los iniciados comúnmente se cubrían con piel de caballo. Así vem En el Ajedrez el Caballo se mueve en «L», saltando, como similitud alegórica al fuego, revelador de la fuerza del espíritu. Termina siempre en un cuadro del color opuesto al del cuadro de partida y en una columna diferente, lo que nos inspira la idea del paso a otra realidad diferente. En el tablero hay dos Caballos ubicados inicialmente en colores diferentes de la cuadricula, tal como lo intuimos de la carta del Tarot del carro, donde hay dos caballos que parecieran dirigirse a diferentes destinos, pero están guiados por el cochero como uniendo a los opuestos para superar los obstáculos, dando así la idea del proceso iniciático. Platón en el Fedro, inspirado por Homero y Orfeo, plantea el alma como un carro gobernado por un cochero (la inteligencia) y halado por dos caballos, uno representando la fuerza y el fuego y el otro la pasión de los sentidos o el apetito.
El espacio donde se desarrolla el juego, está enmarcado por las Torres, ubicadas en las esquinas del tablero encerrando el conjunto del resto de las piezas, en clara referencia a la manifestación; lo tangible que contiene la esencia de la vida y que enmarca el trabajo interior hecho por el resto de las piezas. Tanto es así que la excepcional jugada del enroque denota la protección que la Torre brinda y a su vez, simbólicamente saca al Rey de las acciones del juego. Las Torres simbolizan las columnas, el eje, el elemento vertical por excelencia, como los obeliscos que simbolizaban el eje del mundo. Cada ejército posee dos Torres, una sobre un cuadro blanco y otra sobre un cuadro negro, que señalan el carácter dual, presente en lo manifestado, tal como en el templo masónico las columnas J:. y B:., en reminiscencia de las dos columnas del templo del Rey Salomón o las del árbol de la vida representando el Rigor y la Gracia constitutivas de la creación. Son puertas de paso, pilares de sabiduría. No extraña entonces que el Rey las consideres sus protectoras por excelencia. En el ataque, su movimiento es recto, frontal, directo, es una pieza letal; de hecho junto a la Dama son las únicas que pueden plantear un Jaque mate en solitario, sin necesidad de ayuda ni apoyo de otras piezas.
El Peón, finalmente, tiene la misma acepción del obrero o del masón, que en los trabajos verdaderos ha de desbastar la piedra bruta a fin de despojarla de asperezas, acercándola a una forma en consonancia con su destino. Es un trabajo lleno de contratiempos, donde múltiples dificultades jalonan al iniciado en su peregrinar hacia el conocimiento y la libertad, que alcanza al ubicarse en la línea opuesta y final del tablero, donde se corona y transforma adquiriendo otras funciones en el juego. Al comienzo del juego contempla heroicamente las posiciones del ejército contrario, con valor y resignación ve un poderoso ejército que se antoja indestructible. Hay en el tablero, ocho Peones en cada ejército representativos de cada uno de los ocho oficios tradicionales que le confieren un equipaje que llevara en su lento viaje sin retorno, sin posibilidad de dar vuelta atrás, camino hacia la batalla, hacia la libertad. El camino del Peón está lleno de sacrificios, de verdaderos actos sacros, por los cuales muchos de ellos perecerán, en virtud de un fin común, de una empresa superior, que en mucho, él mismo no comprende, pero está realmente al orden con el espíritu.
El creador está presente en toda la creación, pero sin constituir ninguna de sus partes; así, tablero, piezas y jugador conforman el cosmos. De hecho, la razón de ser de cada uno de los elementos del ajedrez es recordar y representar el cosmos. En el Ajedrez y su disposición, se representa una serie de elementos opuestos y complementarios, que liberan batallas; una guerra, con todo su simbolismo representado en la cosmogonía del juego, es una forma de manifestación del camino hacia el conocimiento, es el viaje hacia la identidad del ser, el verdadero conocimiento de Si mismo. En la batalla, como en el peregrinaje, deben acontecer grandes sacrificios, como en verdad ocurre en el juego, para vencer lo que ciertamente no es y así recuperar, reconocer nuestra verdadera identidad, derrotando al «Hombre Viejo», para dar espacio al nacimiento del «Hombre Nuevo».