La vida de Mahoma sólo se conoce a grandes rasgos. Las influencias que experimentó y la crisis religiosa que transformó al mercader en profeta escapan en gran parte al historiador, desprovisto de fuentes suficientes. Naturalmente, el Corán es esencial para conocer el pensamiento del profeta, pero es muy parco en lo que concierne a su vida; las otras fuentes son más ricas, pero también más tardías.
Mahoma (que significa «el Alabado») nació en La Meca en una fecha que hay que situar entre 567 y 572, probablemente 571. Su padre pertenecía a un rico clan, el de los Hasim. Sin embargo, la infancia de Mahoma transcurrió en la pobreza y la soledad. Su padre, Abd Allah, había muerto poco antes que él naciera. Su madre, Amina, hubo de llevarlo a una tribu de beduinos para que lo criaran, y murió al poco tiempo de recogerlo. Fue entonces cuando su tío se encargó de educarlo, y pasó los primeros años guardando rebaños con su hermano y conduciendo caravanas. Más tarde, conoció a una rica viuda, Jadicha, con la que luego se casó y formó una familia. Por esos días, Mahoma se retiró a la montaña para orar y meditar.
Según la leyenda, una noche en que estaba durmiendo en una gruta del monte Hira, no lejos de La Meca, se le apareció Djabra’il, el arcángel Gabriel, quien desde entonces continuaría visitándolo para transmitirle al profeta los fragmentos del Libro Eterno que los ángeles conservaban en lo más alto del cielo. Durante los tres primeros años, Mahoma sólo reveló su misión a sus íntimos. Luego recibió la orden de que predicara abiertamente a los coraichíes.
Mahoma comenzó dirigiéndose a los miembros de su clan hachemita: proclamó el carácter único de Dios, anunció el «Juicio Final» y exhortó a sus conciudadanos a someterse a los mandamientos de Alá, a rezar y a practicar la limosna. Pero ni siquiera logró convencer a su tío.
Es evidente que su predicación del «Juicio Final» y de la necesidad de practicar la caridad habría de ser mal recibida por los miembros de esa oligarquía privilegiada, ocupada en especulaciones y el enriquecimiento material, sólo los pobres carentes de todo y los esclavos se convirtieron en discípulos suyos. Así, formaron el primer grupo de musulmanes, palabra que significa «creyentes», y la aristocracia empezó a recelar de esta actividad de Mahoma. En tales condiciones, la ruptura fue inevitable y las persecuciones no se hicieron esperar. Cuando predicaba, sofocaban su voz con gritos y cantos obscenos o le escupían a la cara. En los textos, Mahoma parece haber soportado todo con paciencia, como los antiguos profetas. Respondió a las acusaciones y a las burlas con una tranquila dignidad.
Luego de perder a su tío y a su esposa, los habitantes de Yatrib (ciudad caravanera del norte de La Meca) fueron a pedirle a Mahoma que se estableciera en su ciudad. El 24 septiembre de 622, Mahoma entró en Yatrib y así esta ciudad se convirtió en la ciudad del profeta, que conocemos con el nombre de Medina (madinat al-Nabi). Esta emigración cargada de significado espiritual lleva el nombre de «Hégira», y con ella comienza una nueva era, la era musulmana, que para los musulmanes comienza entonces en 622.
En sus comienzos, la vida de los emigrados fue difícil, la autoridad de Mahoma se vio amenazada. No todos los habitantes de Medina se habían convertido: existían muchos judíos, e incluso entre los musulmanes, había muchos que se habían convertido por conveniencia. Para legitimar su autoridad, Mahoma se vio conducido a convertirse en guerrero, se imponía así la «Guerra Santa». Esta comenzó a iniciativa del profeta, ansioso por asegurar la vida material de la comunidad.
En 624 Mahoma partió con 300 musulmanes (a los que les prometió "el paraíso a la sombra de los sables") para interceptar la gran caravana de los coraichíes que regresaba de Siria, a la que finalmente derrotó. Así comenzó una serie de ataques y contrataques entre los que el poder de Mahoma comenzó a aumentar lentamente.
En enero de 630, 10.000 musulmanes armados tomaron el camino de La Meca. Pero no hubo combate. Los jefes coraichíes se sometieron, Mahoma entró a la ciudad sin usar las armas. Entonces mandó derribar los ídolos de la Kaaba, edificada por Abraham, y proclamó una amnistía general. La nueva fe triunfaba. Envió representantes a todas partes para derribar los ídolos; firmó acuerdos con las tribus. Así, Arabia reconoció la dominación del profeta y comenzó a organizarse.
En 632, con 90.000 seguidores, el profeta cumplió la peregrinación anual a La Meca y acabó de fijar los ritos. Mahoma predicó en el monte Arafat, y exhortó a los árabes a permanecer unidos cuando él hubiese muerto, en la "sumisión de Dios", es decir, en el Islam. De regreso a Medina, cayó enfermo y murió el 8 junio de 632.
- Fuente: sobrehistoria.com
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