La Orden de los Iluminados estaba comprometida con el modelo ilustrado. La meta era la mejora y el perfeccionamiento del mundo en el sentido de Libertad, Igualdad y Fraternidad y la mejora y perfeccionamiento de sus miembros (de ahí también el viejo nombre «Perfectibilistas»). Weishaupt escribió en 1.782 en un discurso:
"...la Iluminación no consiste en el conocimiento de palabras, sino de cosas, no se trata de la comprensión de conocimientos abstractos, especulativos, teóricos, que inflan el espíritu, pero no mejoran el corazón..."
Según Weishaupt, el medio para alcanzar la libertad era principalmente la educación, pero no sólo la aportación externa de conocimientos, sino en primera línea la formación del corazón, la moralidad, que debería capacitar a los individuos para autodominarse, y por lo tanto serían superfluas otras formas de dominio como el despotismo de los príncipes absolutistas, pero también el despotismo espiritual ejercido por la Iglesia Católica. Los modales de las viejas costumbres serían también condición y camino para una sociedad libre e igualitaria sin príncipes ni Iglesia.
Los Iluminados fueron una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1.962 en "Historia y Crítica de la Opinión Pública". Durante las castas sociales premodernas sucedía en la Iglesia o en la corte y pervivía ahora la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones cartitativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.
A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la Gran Logia o el Gran Oriente.
Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masónica, con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que le eran revelados a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (derivado de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masónica» tomada de la Masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la «clase mistérica», compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» (gobernante) y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que supervivió, no llegaron a redactarse.
Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.
Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados sólo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién sólo camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no sólo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. “quibus licet”, ‘a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche. Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente:
«Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden».
- Fuente: Wikipedia. La enciclopedia libre
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