sábado, 18 de febrero de 2012

Los Caballeros Templarios


La primera orden de monjes militares de la historia, los Caballeros Templarios, se formó en 1.118, cuando un caballero llamado Hughes de Payens y ocho compañeros se comprometieron mutuamente bajo juramento perpetuo en presencia del patriarca o soberano de Jerusalén. Al principio sobrevivían de limosnas y fueron conocidos como los Pobres Caballeros de Cristo. Pronto adoptaron el célebre hábito blanco, proveniente de los cistercienses, al que añadieron una cruz roja. Inicialmente juraban proteger las rutas a Tierra Santa para los nuevos peregrinos que iban hacia Jerusalén desde Europa tras la Primera Cruzada.

Los Caballeros se convirtieron pronto en una base de poder por derecho propio y se les fueron uniendo gran cantidad de adeptos, a pesar de la aparente austeridad de su regla monástica. Por aquel entonces, la Iglesia Católica estaba a favor de los Caballeros. Sus propiedades estaban exentas de impuestos, se les colmaba de todo tipo de favores, no estaban sujetos a jurisdicción y ni siquiera tenían que pagar los diezmos eclesiásticos tan comunes en aquella época. Esto, a su vez, trajo como consecuencia una creciente antipatía hacia la orden por parte de ciertos sectores del clero secular. Su fuerza se vio reforzada por un despliegue de imponentes castillos construidos en Tierra Santa, los cuales servían a la vez como bases de la campaña militar y también como capillas a las que los monjes guerreros podían retirarse. El nombre de "Caballeros Templarios" parece aludir al hecho de que tuvieran su cuartel general en Jerusalén en la Cúpula de la Roca, en el Monte del Templo, que rebautizaron como Templum Domini. Muchos creían que ese sitio era el lugar en el que Salomón construyó el legendario Templo de Jerusalén, con su supuesto tesoro. Las posteriores iglesias y bastiones que fueron construyendo los Templarios se hicieron tomando como modelo este emplazamiento, como fue el caso, por ejemplo, de la iglesia del Temple de Londres. 

Los Templarios gozaron del patrocinio de Bernardo de Claraval, el fundador de la Orden Cisterciense, que defendió su causa ante todos aquellos que lo escuchaban dentro de la Iglesia. Como resultado de ello, recibieron varias bulas papales o notificaciones, que les conferían poder para subir los Impuestos y los diezmos en las zonas que controlaban. Esto, a su vez, les otorgó poder y autoridad instantáneos. Uno de los primeros sistemas bancarios internacionales fue fundado por la Orden, y los acaudalados caballeros y terratenientes dejaban a menudo buena parte de sus riquezas en las seguras manos de la Orden, a cambio de unos honorarios, por supuesto.

Finalmente, los Templarios llegaron a poseer extensas propiedades, tanto en Europa como en Oriente Medio. En un momento dado, estuvieron a punto incluso de hacerse con el reino de Aragón, después de luchar en una campaña española. La Orden se ganó la fama de ser hermética y de estar obsesionada con los rituales, y esta reputación, que le sirvió de excusa a la Iglesia Católica que sintió amenazado su enorme poder político y económico, hizo que fuera acusada de herejía por la Santa Inquisición, sellando definitivamente su extinción.

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